lonos temo que no le falta ya más que una simple operación de inducción completa para sancionarlo como dogma. Si tal llegase a ser el caso, la fuerza del carisma atribuido a los ejércitos superaría a la propia gracia santificante que acompaña a los sacramentos de la Iglesia, pues esta gracia ayuda, ciertamente, al cristiano a cumplir el compromi inherente al sacramento, pero no otorga en modo alguno la impecabilidad. Podría responderse que la impecabilidad atribuida a los ejércitos